viernes, junio 30, 2006

Por la boca


Hoy no tengo mucho que contar.
Le he estado dando vueltas a un post que leí sobre las cosas que no he hecho y que quiero hacer (al menos una vez en la vida) estos días de la semana.
Y me encuentro con otra lista fascinante.
No hay nada mejor que las listas. Pero voy a remitirme a cinco cosas que espero cumplir pronto.

Aprender a decir que no (somos legión...)
Salir de nuevo con mi bicicleta roja de niña
Ahorrar (aunque sea un poco)
Ser más paciente y menos rabiosa
Volver al principio siempre

Los dejo con el gran Tobías, que tiene la mejor imitación de un león del país.

miércoles, junio 21, 2006

Instituciones


Con el tiempo me he dado cuenta que son demasiadas las variables que tomo en cuenta cada vez que analizo mi situación laboral actual. Todo me parece importante y, la verdad, me llega a doler la cabeza tratando de encontrar una solución al asunto. ¿Por dónde empezar a cortar?

Este ha sido el tema más recurrente con mis amigas en los últimos meses. Preguntas como: ¿Estás contenta en tu trabajo? ¿Estás conforme con lo que ganas? ¿Te sientes motivada y activa con tus labores cotidianas? ¿Te gusta tu horario?... Podría seguir eternamente.

Y lo único concreto que he descubierto es que ninguna de las personas que conozco está completamente feliz en el trabajo que está haciendo. Por miles de razones. Porque la pega es entretenida, pero mal pagada. O porque la plata es buena, pero el horario te deja sin espacio para la vida propia. Porque tu calendario es flexible, pero el equipo que está contigo es lo peor que has visto en seres humanos.

Es complicado. Sobre todo para mí que tengo la pésima costumbre de trabajar no solo con la cabeza sino también, con el corazón. Yo, al menos, no soy capaz de separar las dos cosas.
Hace muchos años atrás un jefe que tuve me dio un consejo: "No trabajes NUNCA por cariño". De más está decirles que nunca me ha resultado seguirlo y siempre termino involucrando sentimientos en mis pegas. Malos (tremendamente malos: léase estafas de por medio) o buenos (inmensamente reconfortantes: léase conocí a mi marido en mi primer trabajo).

¿Qué hacer?

La verdad no sé mucho. Y trato de no darle demasiadas vueltas para no convertirlo en un tema más presente de lo que actualmente es. Hasta que me gane el kino, obvio.

viernes, junio 09, 2006

Malditas turbulencias

Estoy a pocas horas de subirme a un avión, para hacer un viaje que me importa mucho y que vengo planeando desde hace meses. Estoy a punto de empezar unos días que sé que serán increíbles y no puedo alejar un pensamiento de mi cabeza que no me deja en paz...

¡Odio los aviones! Lo dije y qué. Los odio. Y me conozco las estadísticas de memoria. Que morirte atropellada en la esquina o en un choque de autos es un millón de veces más probable que un avión se caiga en plena cordillera.

Lo sé. Mi cabeza sabe que las turbulencias son para los pilotos, como pasar de una autopista a un camino de tierra. Es decir: NO ES TEMA.

Lo sé. Sé que los que manejan estos pájaros, conocen su máquina como uno conoce su auto o su bicicleta mientras va a cargo del volante.

Lo sé. Se que toda la tripulación, incluida alguna azafata aventajada, sería capaz de llevarnos a tierra si es que nos intoxicáramos todos a borda y nos salieron huevos por la boca (alguien se acuerda de "¿Y dónde está el piloto?").

Sé que las máquinas están probadas con el doble del peso que pueden llevar y con conductores con vendas en los ojos.

Pero todos esos pensamientos se desvanecen de mi mente al primer temblor de la máquina. Todas las estadísticas, los números, las probabilidades se convierten en vapor, y como vapor, desaparecen de mis asustadas neuronas mientras mis manos se aferran al borde del asiento o al infeliz compañero que eligió sentarse a mi lado, esperando una conversación amigable.

Me reconforta saber que no soy la única. Aunque suene egoísta y ñoño. Compartir con otros pasajeros asustados, me da la razón a mis temores y me convence de que, a pesar de los saltos, llegaremos a tierra sin contratiempos.

Una vez más pienso que debería controlar más mi mente, que tendría que haber hecho ese curso de yoga para aprender a relajarme mejor, que esa vez que me ofrecieron reiki, no debería haber dudado en alinear los chacras (sean lo que sean), para ver si lograba un autocontrol, que el armonyl, tomado en abundancia, tal vez hubiera sido una alternativa fácil y accesible.

Ya es demasiado tarde para todo eso. Yo y mis pequeños (y absurdos) temores, deberemos subirnos, una vez más, al avión, poner una cara sonriente y cruzar los dedos para que el piloto anuncie por el alto parlante que "se espera un vuelo tranquilo, relájense y disfruten de nuestra atención a bordo...".