lunes, noviembre 28, 2005

Tobías superstar















Creo que nunca había sido nerviosa hasta que fui madre.
De un día para otro se acabaron las certezas y todo comenzó a ser parte de una duda constante.
La más grande de todas es ¿lo estaré haciendo bien?
Las demás tienen que ver con lo cotidiano. Con agregar cosas nuevas a la rutina. Con cambiar hábitos.
Tobías es una esponja que todo lo absorbe con alegría.
Anoche por primera vez anduvo en auto de noche y, a pesar mío, se despertó en el camino. Lo veía en los semáforos rojos mirando a su alrededor sin parar. Sorprendido por las luces de la ciudad.
Llegamos a la casa y me regaló la mejor sonrisa, como agradeciendo el viaje. Como sin saber si todo era parte de un sueño. Todo tan raro.
Yo con ese nudo en la guata que se desvanece al rato, cuando lo veo en su cuna durmiendo de nuevo.
Tobías me regala mil cosas todo el tiempo.
Ya no sé como sería mi vida si no lo tuviera.

lunes, noviembre 21, 2005

Al tiempo, tiempo


Nunca le he puesto demasiada atención a lo que sueño. Cuando me despierto, tengo la sensación de personajes que estuvieron, de lugares, de pedazos de conversaciones, pero nunca la idea completa de lo que pasó mientras dormía.
Desde hace unos meses, personas, que en algún momento formaron parte de mi vida, de mi cotidianeidad, han venido a verme en sueños.
Ha sido loco. Pienso que tal vez son procesos que no están cerrados, cosas que quedaron a medio camino en algún momento. Amistades, peleas, gente. Sueños recurrentes.
Estos meses han sido de atar cabos sueltos. De archivar material en carpetas y meterlas ordenadas en la bodega.
Y de encontrarme, quién sabe por qué, con antiguos amigos de los que no tenía noticias hace mucho. Hacer preguntas que entonces no hice. Completar capítulos que quedaron en un continuará perpetuo.
Me ha hecho bien. Me ha dado paz todo este proceso.
Por algo hay gente que vuelve. En sueños, en mails, en encuentros insólitos en el pasillo de un supermercado.
Vuelven a demostrarle a uno que no estaba tan equivocado. O que lo estaba demasiado. Vuelven a decirle a uno que esa etapa de la vida pasó. Que es tiempo de seguir adelante.
Vuelven en sueños, a veces, porque tal vez esas personas, esos hechos, esos momentos, nunca fueron tan reales, y tienen en el inconciente, el espacio que se merecen.

lunes, noviembre 07, 2005

Música por los poros


El sábado estábamos en el recital de Gilberto Gil. Sentados, con el Ministro de Cultura de Brasil a pocos metros frente nuestro. Él y sus más de sesenta años. Él y su pelo rasta. Él y sus piernas flacas que no paraban de moverse al rimo de la música. Que placer estar ahí, a tan pocos metros de uno de esos músicos que te hacen sentir la música dentro del cuerpo.

Hay un ejercicio que hago desde que era muy chica. Me tiendo en la cama, ojos cerrados y algún disco previamente elegido puesto a un volumen medio. Trato de no pensar en nada. De concentrarme en la letra de la canción y en los acordes, hasta que en la pieza ya no hay cama, ya no hay nada. Solo eso, el sonido.

En ese momento es cuando siento, que la música no solo la escucho con los oídos, sino con todo el cuerpo. Hay alguna reacción, no sé si química, no se bien como explicarla, pero que hace que cada parte de mí, mis brazos, mi cabeza, mi espalda, se empapen de lo que suena en la radio.

La banda sonora ha cambiado junto con los años y los estados de ánimo.
Este mismo ejercicio lo hice alguna vez para relajarme, otras para llorar por un amor inconcluso, otras para, simplemente, escuchar con atención algo que no sea el ruido ambiente de siempre.

Cada vez tengo menos tiempo para hacer esto. Y el sábado con Gilberto Gil tuve una sensación tan parecida a mi ejercicio particular privado. El músico cantaba una canción de Bob Marley y de pronto, toda la gente a mi lado se desvaneció. No quedó más que el escenario y la música y la frase “Don’t worry about the things, ‘cause every little thing, it’s gonna be all right”.

Han pasado cosas, no importa cuales, pero esa frase, como nunca, me hizo tanto sentido. La escuché repetirse una y otra vez, con cada poro de mi cuerpo.
Gilberto y yo.
Bob y yo.

El concierto me sanó. Me llenó de música el alma. Me hizo sentir que todo iba a estar mejor, hasta las cosas más pequeñas.

Esa noche, después de muchos meses, pudimos dormir hasta el día siguiente sin despertarnos con nuestro hijo.

Esa mañana, todavía sin creer que eran las ocho, sentí que alguien me había mandado este regalo desde alguna parte.