martes, marzo 28, 2006

Las estaciones intermedias


El otoño me sienta bien. Me hace sentir bien. Incluso dejando la autocrítica frenética de lado, creo que en esta época del año, hasta me veo mejor. Me dan ganas de empezar cosas. Y en realidad estos días han sido justamente de empezar un montón de cosas diferentes. Proyectos propios y compartidos.

Mi calle se va poniendo cada vez más amarilla y me encanta. Esa es la gracia de vivir en una comuna noble y antigua como la mía. Los árboles añosos marcan el paso de las estaciones de manera notoria. La gente en las calles todavía pasea de chalas, pero por ahí alguien se atreve a desenterrar las chaquetas del clóset, para devolverse en las tardes, con ellas en la mano.

Me gusta esta época porque puedes comentar con los taxistas que “todavía” hace calor. Que el verano no se quiere ir, pero claro, que las mañanas están mucho más frías y por eso anda tanta gente resfriada.

Hoy me puse calcetines y una chaqueta después de muchos meses. Metí los pañuelos a mi cartera y estornudé al menos unas diez veces durante la mañana. El café de las 11 es como una bendición. Ponerle el plumón de vuelta a la cama también.

Los días se acaban temprano, pero desde que estaba en el colegio, siempre he sentido que mi concentración aumenta de manera equivalente con la oscuridad. No sé por qué será. Tal vez con la luz y el ajetreo del día, ando más dispersa de lo que soy normalmente. La verdad no lo tengo tan claro.

Por ahora me conformo con pensar que estamos en otoño y que pronto hará un poco más de frío. Que podré ponerme esas botas que me gustan tanto y la parkita del Tobías que se le va a ver tan linda. Y usar esa tetera que me regalaron para mi cumpleaños en las tardes frías, y tal vez hacer un paseo a la playa con nubes y viento, como me gusta más, y confiar en que, con una mano, los proyectos van a resultar como los hemos planeados.


Todo eso y tantas otras cosas que se me ocurren mientras las hojas se van poniendo amarillas.

miércoles, marzo 22, 2006

¿Cómo lo hacen esas mujeres?

Todos los martes en la mañana hojeo la revista Ya antes de partir al trabajo. Y se me ha hecho una costumbre mirar una sección que se llama "Fax de belleza", no por su contenido, que en realidad no tiene nada de profundo, sino porque me cuesta demasiado entender en qué momento esas mujeres hacen todo lo que dicen que hacen en materia de belleza.

Dos exfoliaciones diarias, un tratamiento para el pelo una vez a la semana, masajes quincenales, baños de tina con sales para relajarse, energizarse o lo que venga al caso, mascarillas hechas en casa de palta, yogurt, miel con avena o lo que sea que claramente yo rara vez tengo en el refrigerador.

Y por si fuera poco, en general estas mujeres son profesionales exitosas con cargos impresionantes en empresas envidiables y sueldos estratosféricos, me imagino yo, si les alcanza para invertir en esa cantidad de productos que dicen que usan a diario.

¿Cómo lo hacen?

Francamente para mí es un misterio. ¿Cómo hacen cundir la mañana para exfoliarse, tonificarse, lavarse, maquillarse y peinarse con cremas humectantes? Y si lo hacen una vez, ¿cómo logran mantener la rutina todos los días, sin desesperarse y dejar el tratamiento de belleza botado a mitad de camino, a la semana de haberlo empezado?

Todas éstas, son preguntas sin respuesta para mí. Siempre las he visto como mujeres que viven en un universo paralelo con días de más horas, supernanas clonadas, cuentas corrientes sin fondo…

En mi universo, la plata simplemente no me alcanza para comprar esas cremas “milagrosas” el tiempo con suerte me da para pasar por la ducha corriendo, tragarme un café demasiado caliente y correr a toda prisa al trabajo, chascona, sin crema, claro está, y con la piel tirante del jabón que me puse en la ducha para hacer lo que yo considero una “limpieza diaria del cutis”.

¿Se me irá a caer la cara a pedazos antes de cumplir los cuarenta? ¿Maduraré estresada y llena de nudos por no hacerme un hidromasaje día por medio? ¿La estaré cagando?

La verdad, no creo. Todo lo patético de mi rutina se equilibra con vivir en una casa donde las personas se quieren, donde regalonear con mi hijo es más importante que pasarme el guante de crin en la ducha, donde la miel es para cucharearla y no para ponérsela en la cara.

Tal vez nunca sabré cómo lo hacen esas mujeres, pero, entre nos, no las envidio para nada.

miércoles, marzo 08, 2006

Resumiendo





Las vacaciones no son eternas.
Pero sin duda el recuerdo de estas durará mucho tiempo. Al menos para mí.
Mis primeras vacaciones con mi familia.
Tobías en su esplendor, atento a todo, feliz todo el día, encantado con el tonito argentino de todas las mozas y encargadas de las tiendas que se lo peleaban apenas llegaba a cada lugar.
Pablo relajado, disfrutando todo, mirando a su hijo con emoción.
Yo contemplando dichosa todo el panorama, los días soleados, las tardes largas y sin tanto calor, mis dos hombres que me hacen tan feliz.
Las vacaciones no son eternas y Santiago empieza a moverse lentamente bajo mis pies en marzo.
Me preparo para cumplir años.
Y para hacer cambios en otros aspectos de mi vida que están un tanto estancados.
En lo demás, en lo realmente importante, solo tengo cosas buenas.
Demasiadas cosas para sentirme entera y eternamente agradecida.